Para quienes como la mayoría de la sociedad no ambicionamos ni lujos, ni acumulación de riquezas, ni estándares de vida suntuosos, sino que aspiramos a vivir de nuestro trabajo lo más dignamente posible, la COVID, sus restricciones y sus consecuencias nos ha mostrado, demostrado y recordado que en esta vida -que al final no es más que una etapa efímera y un recorrido pasajero- no hay más bien que la salud, más riqueza que el poder estar cerca de tu familia y amigos ni más pompa y boato que poder reunirte, hablar, reírte, abrazarte y disfrutar con tus padres, pareja, hijos, amigos y tu entorno más cercano. Eso no tiene precio y puede que esta dura etapa nos haya servido para ponerlo en su exacto valor. Aunque en ocasiones el ritmo de vida al que estamos obligados a llevar, lo absorbente de nuestros trabajos o como en mi caso, los horarios intensos de la función institucional, nos limita y recorta nuestro tiempo de asueto y familiar, se trata de que del que dispongamos se viva con intensidad y de manera aprovechable junto a los entornos y ámbitos de nuestros seres queridos. La ausencia de los abrazos durante mucho tiempo, la imposibilidad del saludo afectuoso, la vida vista a través de una mascarilla frente a rostros recortados por estas, los confinamientos y las restricciones tan obligadas como necesarias, el miedo al contagio, la dureza de ver a nuestros mayores confinados… todas unas imágenes que jamás olvidaremos y que retendremos en los archivos de nuestras mentes y en la retina de nuestras almas por siempre.
Por eso mi deseo en estas Navidades, días de entrañables encuentros y reencuentros, es que estos sean posibles, que se puedan llevar a cabo.