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La opinión de Jorge del Corral

"Mejor un país de ricos que un país de pobres"

martes 25 de febrero de 2020, 13:41h
Desde que Felipe González Márquez reveló la célebre frase que soltó el socialista sueco Sven Olof Joachim Palme al socialista portugués Mario Alberto Nobre Lopes Soares, en presencia del socialista francés François Mitterrand Lorrain y del socialista español, ha corrido mucha agua. Estaban los cuatro reunidos y Soares les contaba lo que pensaba hacer en Portugal para “acabar con los ricos” y repartir la riqueza entre los pobres. En pleno entusiasmo le interrumpió Palme y puntualizó: “Mario, no te confundas, en Suecia lo que yo quiero es que todos sean ricos”. Fue su primera lección práctica para separarse del comunismo que abrazó en sus inicios y luchar contra Álvaro Cunhal para alejar a Portugal de la dictadura del proletariado e implantar una socialdemocracia de estilo sueco.
Cuarenta años después de esta conversación, el periodista Alberto Redondo escribió en 2015 un artículo en el que la frase, con alguna variación, la puso también en boca de Palme pero pronunciada al general Otelo Nuno Romao Saraiva de Carvalho, uno de los estrategas de la Revolución de los Claveles (25 de abril de 1974).

Fuese cual fuese el escenario y sin descartar ambos, los protagonistas no cambian: de un lado dos portugueses entusiasmados con lo que pretendían hacer en su país y del otro un sueco pragmático que abogaba por la cooperación y el respeto a la propiedad privada para alcanzar unos objetivos que satisficieran al conjunto de la sociedad.

Constatar lo que acontece estos días en España es como si no hubiese pasado agua bajo los puentes; escuchar a los comunistas del Gobierno de Pedro Sánchez Pérez-Castejón es retroceder en la historia, y comprobar la demagogia que elabora la factoría Redondo y recita el mentiroso de Moncloa, es llorar.

Palme y su socialdemocracia nórdica bebieron de las fuentes calvinistas que calmaron la sed de Abraham Lincoln, decimosexto presidente de los Estados Unidos de América, cuando escribió: “No puedes ayudar a los pobres destruyendo a los ricos. No puedes fortalecer al débil debilitando al fuerte. No se puede lograr la prosperidad desalentando el ahorro. No se puede levantar al asalariado destruyendo a quien le contrata. No se puede promover la fraternidad del hombre incitando el odio de clases. No se puede formar el carácter y el valor mediante la eliminación de la iniciativa e independencia de las personas. No se puede ayudar a las personas de forma permanente haciendo por ellos lo que ellos pueden y deben hacer por si mismos".

En España, desde el Imperio y a causa del enorme peso de la Iglesia católica, la riqueza siempre ha sido demonizada desde los púlpitos. Crítica que llega a nuestros días y que siguen atizando sin decoro desde distintas instancias, incluida la del Papa Francisco, que ha subrayado que “la riqueza deshonesta es el dinero, el estiércol del diablo”. Como buen argentino, Bergoglio sabe que su país sufre un mal que parece incurable: prefiere la pobreza.

Un reciente artículo del Washington Post señala que, “El argentino está en guerra contra la riqueza. La corriente mayoritaria que emerge desde las entrañas más profundas de la cultura nacional consiste en una resistencia impenetrable contra la riqueza, contra la idea de ser rico. Sin embargo, es un determinado tipo de riqueza el que el argentino desdeña y por el que siente profundo asco. La riqueza que los argentinos repugnan es la que se produce como fruto del éxito lícito. En consecuencia, el argentino odia al que obtuvo su riqueza por la vía del triunfo en la vida laboral legal. Contrariamente –añade el diario- no se observan condenas firmes contra los que, incluso obscenamente, pavonean la riqueza que hicieron con actividades ilícitas, provengan de la corrupción pública (funcionarios ladrones, sindicalistas mafiosos) o de labores delictivas “privadas” (narcotraficantes o delincuentes comunes). El prototipo de argentino sobre el que pesa el rechazo social es aquél que tuvo éxito material en la vida por la vía del trabajo lícito. Es ése –subraya- el que defeca el “estiércol” del diablo”.
Obviamente –continua- , la persecución y eventual destrucción de los que generan riqueza hace que no se genere riqueza (es una perogrullada, pero en Argentina parecería necesario aclararlo), y al no generar riqueza se obtiene pobreza. Siguiendo un silogismo normal, los argentinos deberían estar felices porque finalmente consiguieron lo que buscaban: derrotar la riqueza, destruir al rico y materializar la pobreza (que siguiendo, a su vez, el razonamiento del Papa Francisco, debería ser el estado de gracia más cristalino del ser humano por ser el opuesto al “estiércol del diablo”).
Pero no. Cuando llegan a lo que debería ser su éxtasis, estallan en queja y buscan a más ricos a quienes robarles lo que les queda por la vía de entronizar gobiernos que expolian con impuestos confiscatorios la riqueza lícita generada por otros. Parecería que lo que los argentinos buscan, finalmente, es una pobreza tolerable igualmente distribuida. Es decir, una pobreza “hasta ahí”, igual para todos. Excepto para aquellos ricos a los que los argentinos no tienen resentimiento, como los funcionarios corruptos –que dicen que vienen a sacarle a unos lo que ganaron “injustamente” a costa de otros-, los sindicalistas mafiosos, los que encontraron “un curro o un yeite” – u otros personajes del submundo ilegal, respecto de los cuales el argentino no muestra un nivel de ofensa ostensible”, dice el WP.

¿Le suena esto? Siempre he mantenido que a España le han faltado chorros de calvinismo con los que hacer frente a tanto catolicismo a machamartillo. Y no es casualidad que la mayoría de los países que se adhirieron a la reforma de Calvino se convirtieran en los más desarrollados del capitalismo moderno. Las corrientes de pensamiento y la filosofía del razonamiento de Calvino nos ponen frente a un hombre que debe generar dinero. Y esto se advierte en su Tratado de Deuteronomio, donde insta a sus predicadores el mercantilismo y el manejo de los intereses del tráfico del mundo.

Max Weber, Werner Sombart, Ernst Troettsch o Williams Ashely no dudaron en establecer la ecuación Puritanismo=Capitalismo, y Adam Smith, en La riqueza de las naciones, lo señala con meridiana claridad, como recogió en una Tercera de ABC el escritor Miguel Porta Perales: “No hemos de esperar que nuestra comida provenga de la benevolencia del carnicero, ni del cervecero, ni del panadero, sino de su propio interés. No apelemos a su humanitarismo, sino a su amor propio“.

Hay que sentirme orgulloso del éxito económico que es producto del trabajo individual y honesto, y con el que se benefician tanto los que intervienen en su génesis como los que participan después en la cadena de valor. De esta idea participa el sacerdote norteamericano Robert Sirico, presidente del Instituto Acton, para quien en una sociedad libre el libre mercado permite la prosperidad y hace más por los pobres que en un Estado comunista. “La dignidad de la persona humana, en su expresión económica, será más respetada en una sociedad que permite el libre funcionamiento de los mercados. Una sociedad socialista debilita el derecho de propiedad y entorpece la capacidad de cada persona para desarrollar sus iniciativas libremente”, declara en Alfa y Omega del 20 de febrero·
A juzgar por las declaraciones y actos de los comunistas de Unidas Podemos/Izquierda Unida, de muchos argentinos de sus filas y de algunos del nuevo PSOE que nos gobierna, entre una sociedad sin ricos y una sociedad sin pobres siempre eligen la primera. Y sin saberlo y pese a las capillas que algunas profanan están más cerca de Bergoglio que de lo que

ellos creen. Como dijo Joaquín Leguina Herrán de muchas ONG: quien vive de los pobres necesita que haya más pobres porque así aumentan sus clientes. Que es lo mismo que ahora ha declarado en ABC el empresario y sacerdote, Premio Derechos Humanos Rey de España, Alvaro Ramos: “Los pobres dan de comer a mucha gente en la industria de las ONG”.

JORGE DEL CORRAL Y DÍEZ DEL CORRAL

PD: en el año 2000, con 40.665.545 habitantes, en España había 172.000 ricos, según Credit Suisse, que los considera a partir de 1 millón de euros de patrimonio líquido (dinero contante y sonante). En 2020, con algo más de 47 millones, hay 979.000: 20.829,7872 ricos por millón de habitantes. Aún nos queda mucho para cumplir el sueño de Palme.

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