Los familiares: "Miguel no tenía vida propia"

"He matado a mis padres. Están los dos arriba, en casa". Eso fue lo que dijo a los estupefactos sanitarios del Summa Miguel Perales Fernández, de 26 años, que acudieron para atenderle a él. Se acababa de tirar desde el segundo piso de su vivienda, situada en el número 6 de la calle de Sierra de Alcubierre (Alcorcón). Sólo presentaba contusiones y magulladuras sin importancia.

Fue un vecino del inmueble el que dio la voz de alerta al teléfono de Emergencias 112 a las 14:55 porque había visto a alguien precipitarse al vacío, por lo que acudió también la Policía Nacional. Ante las inquietantes declaraciones del joven, los agentes y efectivos del Summa subieron a la vivienda y comprobaron que Miguel no mentía. En el salón hallaron a los dos cuerpos sin vida, con múltiples, profundas e incisas cuchilladas en el cuello, en medio de un gran charco de sangre. Los sanitarios certificaron el fallecimiento del matrimonio y trasladaron al joven, custodiado por funcionarios policiales, hasta el Hospital Fundación Alcorcón, según explicaron los portavoces de la Jefatura Superior y del Summa. Las víctimas son José María Perales y Manuela Fernández, de 74 y 69 años, a los que el joven, el menor de tres hermanos, se encargaba de su cuidado.

«Estaba volcado con ellos, todos, pero él más, porque era el único de que no trabajaba. Mi cuñado sufría alzheimer desde hace más de ocho años e iba en silla de ruedas y ella caminaba mal por dos operaciones de cadera», explicaba sin reaccionar aún Isabel, tía del supuesto doble parricida, mientras que su marido Pedro, hermano de la fallecida, mantenía la vista clavada en el suelo. «El pobre —en alusión al difunto— ha descansado, pero, ¿y ella, por qué? Estaba bien en lo que cabe», se preguntaba la desconsolada mujer.

Indicó que su sobrino había estudiado Historia y dos módulos más y que estaba haciendo prácticas en un IES. «Era algo nervioso, pero un pedazo de pan», repetía, al tiempo que negaba que estuviera en tratamiento psiquiátrico, al igual que otros familiares. Mientras, fuentes municipales indicaron a Efe lo contrario.
«Hoy estaban solos»

«Mi cuñado -que fue cartero- llevaba ya cuatro años sin poder hablar. Ni sentía ni padecía. Mi sobrino estaba deprimido: es duro tirar del carro en esa situación. ¡A saber lo que ha pasado por su cabeza! Ha aprovechado que sus hermanos estaban de puente para acabar con todo», explica Félix, tío por parte materna del homicida, oriundos de San Jorge del Val (Lugo).

Vecinos y allegados calificaban a la familia de excelente, al igual que al asesino confeso y a sus otros dos hermanos mayores. José, —empleado en un taller mecánico— había ido a Villarejo del Espartar (Cuenca), el pueblo de su padre, con la ilusión de arreglar la casa para llevarles. El segundo, Antonio, ingeniero agrónomo, estaba fuera con su novia. «Lo ha hecho para que no sufrieran más, seguro», decían los vecinos y los amigos. «Miguel no tenía vida propia. Vivía por y para sus padres». Ése era ayer el comentario general de quien conocía a los Perales-Fernández y al confeso doble parricida. «Siempre estaba con ellos. Los sacaba al parque cuando hacía bueno porque su madre no podía cargar con la silla de ruedas», explicaba el responsable del bar colindante al inmueble. «Estudió con mi hijo y era el empollón de la clase. Siento mucho las consecuencias de lo que ha hecho porque no se las merece. Es muy buena persona, como toda su familia», subrayaba. Otros le describían como solitario y apocado. «Nunca se ha oído un grito ni una pelea en esa casa. Todos se llevaban bien. Creo que se ha debido de cansar de la vida que llevaban los tres».