Colmenar Viejo se ha convertido en un polvorín, donde hay miedo, muchísimo miedo, y sed de venganza. «Aquí va a haber un baño de sangre». Así resume una chica dominicana, que prefiere no dar su nombre por temor a represalias («Es que tengo una niña de 11 años»), la situación que desde el lunes por la noche se vive en el pueblo.
La reyerta entre un grupo de marroquíes y unos dominicanos, que ha terminado con un joven del primer grupo en coma a causa de una cuchillada, ha convertido esta localidad de 45.000 habitantes en un campo de pedradas, navajazos, amenazas y custodiado día y noche por la Guardia Civil. Tras la agresión al marroquí, doscientos compatriotas la emprendieron contra los comercios latinos del centro del pueblo. Las pedradas se repitieron ayer por la tarde. Según cuentan los amigos de Mohamed Saddiki, el chico de 27 años que se debate entre la vida y la muerte, todo comenzó la semana pasada. El joven tuvo un encontronazo con un dominicano de 30 años al que apodan «Francis». Volvieron a coincidir en la calle el lunes, a las ocho y media de la tarde. Unos dicen que fue por un teléfono móvil, otros que por una simple mirada.
La cuestión es que los dos chavales se enzarzaron en una pelea a puñetazos, según los testigos. Cuando el latino estaba en el suelo, con Mohamed dándole una buena golpiza, el primero sacó un cuchillo y se lo clavó en la axila izquierda. Quien nos lo cuenta es Said, uno de los cinco hermanos de Mohamed. Luego, llegó la ambulancia. Y la Policía Local. Y la Guardia Civil. Pero unos doscientos marroquíes ya corrían por las calles de Colmenar en busca de sangre. «Nosotros les dimos bien —reconoce otro joven magrebí—, hasta que los detuvieron».
Pero el presunto autor de la cuchillada corrió más y se refugió en un bar regentado por unos compatriotas. Roxana Pérez, la encargada, aún tiene el miedo metido en el cuerpo. «Quiero dejar claro que yo a ese chico no lo conozco y que la historia no comenzó en el bar —asegura—. Estaba aquí con otras tres personas, cuando de repente entró el chaval gritando: “¡Que me matan! ¡Que me matan!”. Miré fuera y venían más de 120 marroquíes, una avalancha".