Ajenos a la presión, Kun, Messi y Di María decidieron regresar a sus raíces, quién sabe si desinhibidos por el enésimo entuerto perpetrado por Batista en la pizarra. Sacaron su lado más arrabalero para desbordar con alegría y descaro a una Costa Rica de una tibieza impensable en un equipo del vehemente La Volpe. Por un día Argentina dejó de levantar muros para tirar paredes. Lo agradeció Messi, lo aprovechó Agüero, lo disfrutó su afición.
Argentina dibujó un inicio impetuoso. Un disparo cruzado de un animoso Higuaín en el primer minuto advirtió la ansiedad albiceleste. El dibujo táctico de Batista enmadejó la disposición de los suyos en un sudoku con Di María por dentro y Agüero acostado a la izquierda. Maniobras urdidas para posibilitar los serpenteos de Messi desde la derecha. El contrapunto lo ponía su defensa. La futilidad atacante de los ticos era suficiente para desnudar las carencias locales. Argentina apostaba por un fútbol quilombero con velocidad, permuta de posiciones y fútbol arrabalero parido en los potreros. Pero Costa Rica, inocente en el manejo, merodeaba sin apreturas por los dominios de Romero. La debilidad de la zaga albiceleste, sospechosa habitual, invitaba a encomendarse a sus atacantes. Para más inri, Milito se señaló con una tarjeta innecesaria en el minuto 21 y Zanetti en el 39. Las ocasiones se acumulaban del lado argentino, pero la falta de puntería y las intervenciones de Moreira dilataban un gol necesario para aplacar la histeria local.
Un remate al palo de Burdisso, mejor en área rival que en propia, renovó las expectativas argentinas. Con Gago en su versión más aseada y Zabaleta disfrazado de Cafú en una banda sin extremo, Argentina lanzaba golpes. Costa Rica olía a lona, pero los equipos de La Volpe siempre guardan un jab abajo, traicionero, de los que te roban el oxígeno. Era cuestión de tiempo. Argentina exhibía pegada de peso pesado, guardia de peso mosca. ¿Por dónde se rompería antes? Goteaban las ocasiones ante el marco de Moreira y la ansiedad de la hinchada local cuando un zapatazo lejano de Gago fue rechazado por un tapado Moreira y Agüero remachó a la red. Argentina liberaba arrobas de histeria segundos antes de entrar al vestuario. Merecido, por buscado, el gol premiaba el fútbol quilombero de esta Argentina pasional y embarullada a veces.
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