Hace tiempo quedó claro que no somos otra cosa que nuestra memoria. Por eso convendrá recordar que hace un año, en Johanesburgo, se escribió la página más gloriosa del deporte español. Para seguir plagiando a Borges, de ese museo de formas inconstantes, de ese montón de espejos rotos queda el día de la final. El infinito mano a mano de Robben ante Casillas, el delirio del gol, las primeras palabras de los campeones en la zona mixta... Por no mencionar los 30 días anteriores en la chiflada Sudáfrica, donde la FIFA se empeñó en montar una Copa del Mundo. Durante las dos primeras semanas, para llegar al Soccer City había que traspasar cinco controles de seguridad. El 11 de julio, horas antes del España-Holanda, podías entrar en dos. Así eran las cosas en este Mundial, donde una compañera ecuatoriana se coló en el palco de autoridades y compartió caviar a la vera de Blatter. Lo más parecido a un arma era su cámara de fotos.
Nunca resultó tan insoportable el ruido de las vuvuzelas como en ese primer partido, el que empataron los bafana con el beneplácito mexicano. Desencantada en el gaznate, la fiel hinchada Tri se fue a los bares a refrescarse, porque nadie sonríe ni bebe tanto como ellos. Y los locales llenaron las calles, salieron en procesión por todo el país. Cuando su selección fue eliminada, se volcaron con Ghana. Cuando no quedaban más africanos, siguieron sonriendo, que más cornás da el hambre.
Esperando a Messi. Pocas veces jugó un equipo tan bien como Alemania, delicia de los neutrales. Y eso que Müller es mucho más flaco al natural y Löw saca el fular granice o haga calor. En la batalla de Bloemfontein, regada en la previa con miles de litros de cerveza, Inglaterra fue bombardeada con más saña que en 1940. Justo una semana después, los argentinos también se marcharon a casa, aunque ningún testigo acreditado vio a Messi abandonar Ciudad del Cabo.
Quizá haya que achacar estos problemas a la red de transporte, cuya joya era un tren rápido que no recorría ni la mitad de su trazado previsto en Johanesburgo. España ganó un Mundial donde era más fácil circular un kilómetro marcha atrás en cualquier autovía que asegurarte una entrada con acreditación para el Holanda-Uruguay. Si tenías el capricho de unos raviolis en el mejor italiano de Sandton, no debía importarte compartir espacio con los ratones...
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