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Opinión de Pedro de Frutos sobre 1917, Bad Boys for Life, La Suite Nupcial y Los Consejos de Alice

Consulta las críticas a los estrenos del cine en el mes de enero

Imagen de la película 1917
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Imagen de la película 1917

Enero cargado de estrenos en la cartelera

lunes 20 de enero de 2020, 12:58h
Nuestro critico de cine, Pedro de Frutos nos da su opinión y nos esboza las trazas principales de los estrenos de estas semanas en las salas de cine. En concreto, De Frutos nos describle las películas 1917, Bad Boys for Life, La suite Nupcial y Los Consejos para Alice


Bad Boys for Life – No tan malos

Mike Lowrey y Marcus Burnett vuelven a trabajar juntos en el que puede ser su último caso. Lo hacen después de que un asesino deje malherido a Mike y comience a asesinar a diversas personalidades muy ligadas a la vida pública de Miami. Los hechos se entrelazan con un episodio importante del pasado.

Hace un cuarto de siglo que se presentaron en sociedad los dos policías rebeldes que significó el debut tras las cámaras de Michael Bay, uno de los más reconocibles autores del cine de acción al que se recordará por la saga Transformers. El angelino rodó una segunda parte ocho años después que no consiguió igualar el respaldo popular de la primera, pero mantuvo viva la franquicia. Cuando se anunció su regreso, y sin Bay, pensábamos en que se trataba de una producción destinada únicamente a obtener pingües beneficios en taquilla. Sin embargo, nos hemos llevado una gratificante sorpresa hasta el punto de que no nos importaría que se estirara la serie, algo improbable debido a la situación de los personajes.

Ha pasado el tiempo desde que irrumpieron con fuerza en las salas comerciales. Tanto, que Mike Lowrey -Will Smith- se ve obligado a teñirse la perilla y los belgas Bilal Fallah y Adil El Arbi se han responsabilizado de esta entrega. Por su parte, Marcus Burnett -Martin Lawrence-, el otro chico malo, se ha convertido en abuelo y está decidido a colgar su placa por mucho que ambos hubieran hecho el juramento que les mantendría unidos for life, para siempre. Las circunstancias cambian cuando Mike es acribillado a balazos en plena calle. Se debate entre la vida y la muerte en un hospital y Marcus implora al Altísimo afirmando que dejará la violencia si su amigo se recupera, como así sucede al cabo del tiempo.

Tras aquel incidente se han ido acumulando asesinatos por un francotirador que tienen que ver con las fuerzas vivas, algunos ya retirados, de la ciudad de Miami. También caerá el afable capitán Conrad Howard -Joe Pantoliano- y los protagonistas saben que capturando al homicida también salvarán sus vidas. Han de investigar en paralelo a una nueva sección contra el crimen encabezada por la teniente Kelly -Vanessa Hudgens-, que utiliza balas de goma en lugar de proyectiles mortíferos, y que está compuesta por Dorn -Alexander Ludwig, Rafe -Charles Melton- y Rita -Paola Núñez-.

Mientras, en México, la cabecilla de un importante cártel, Isabel Aretas -Kate del Castillo-, ha escapado del penal donde estaba recluida y es quien ordena los asesinatos a su hijo Armando -Jacob Scipio-. Todos los abatidos estuvieron relacionados con la muerte de quien fuera su marido y ahora ha llegado el momento de ejecutar su venganza. Sin que sirva de precedente, desvelaremos un aspecto crucial del filme, que se desvela bien avanzada la proyección, que se va ligeramente por encima de las dos horas. El asesino en cuestión es hijo biológico de Mike. Reconocemos que es una sorpresa que guarda el largometraje, pero no deja de ser curioso que Will Smith, también productor, se haya tenido que enfrentar a su propia sangre en sus dos últimos trabajos estrenados. Véase Géminis.

Sin Michael Bay y con cinco guionistas, se pierde en la acción vertiginosa tan apreciada por el californiano. Tampoco se manifiesta un impulso de matar por matar. No hay mucha carnicería y los dos policías rebeldes parecen haberse amansado, especialmente Marcus. Hay otro aspecto en que hemos salido ganando y que representa la mayor fortaleza del filme, el que a la postre será el que consiga refrendarlo en taquilla. Se trata del humor. El guion ofrece buenos detalles en este sentido, por mucho que no sean demasiado originales, pero la pareja protagonista se encarga de elevarlos a una mayor potencia.

La compenetración entre Lawrence y Smith, así como la química que existe entre ellos a la hora de afrontar sus personajes sitúa el listón muy por encima de lo esperado. Se advierte desde la escena inicial, cuando tiene lugar una persecución a toda máquina conduciendo un Porsche y no precisamente para detener a un criminal. Los demás actores secundan a los dos principales con desigual acierto y se deja una puerta abierta a la continuidad, aunque sin los dos intérpretes que han dado vida a esta franquicia.

Bilal Fallah y Adil El Arbi sacan partido a Miami, tanto a la noche como al día. Disfrutamos de sus playas, sus cayos y de la luminiscencia de la ciudad, al estilo de cómo lo habíamos hecho con otras producciones centradas en esta ciudad de Florida. Brilla con luz propia la claridad de su cielo, mientras que a la salida o a la puesta del sol concede unos colores que parecen hermanarse con una aurora boreal. La música alterna nuevas versiones de temas triunfadores en el siglo pasado con estilos más actuales. Aparte del tema principal, la presencia en el reparto de Nicky Jam le concede protagonismo en el soundtrack. Comparte honores con Daddy Yankee en Muévelo.

1917 – Misión entre trincheras

Durante la Primera Guerra Mundial a dos jóvenes británicos se les encarga la misión de entregar un mensaje que debe librar de la muerte a más de un millar y medio de compatriotas. Para ello, deben cruzar las líneas enemigas en un corto período de tiempo mientras los alemanes se repliegan.

En 2014 el mexicano Alejandro González Iñarritu ganó el Oscar a la mejor dirección por Birdman, una película que se desarrollaba prácticamente en dos planos secuencia, con sus trucos casi imperceptibles y un gran sentido cinematográfico. Ahora lo repite San Mendes con una experiencia cercana narrada por su abuelo y la ventaja de que su historia se desarrolla durante la Primera Guerra Mundial. La acción, por tanto, no se circunscribe a un teatro y sus alrededores. En este caso, el protagonista se desplaza desde una trinchera a otra separada por una zona de nadie en la que el peligro ronda a cada paso.

La historia se centra en dos jóvenes cabos británicos, William Schofield -George McKay- y Tom Blake -Dean-Charles Chapman-. Son ellos quienes reciben el encargo del general Erinmore -Colin Firth- de llevar un mensaje a otro batallón de su regimiento para detener el ataque previsto. Los alemanes parecen retirarse de la línea Hindenburg durante la Operación Alberich, pero en realidad se están rearmando para abatir a los 1.600 soldados que participarán en un ataque, a priori ventajoso, que se convertirá en una trampa mortal. Para ello, deberán atravesar la zona que los germanos han dejado baldía.

Blake recibe el encargo porque su hermano mayor, Joseph -Richard Madden-, es un oficial de las tropas a las que deben entregar la misiva. Le solicitan que elija un compañero y opta por su mejor amigo en el frente. El inicio sobrecoge. Los dos chicos serpentean por la trinchera entre un montón de cadáveres, heridos, soldados somnolientos o que se alimentan en la tensa espera de un posible combate. Ellos dos serán los ejes de un relato que deja varias interpretaciones, a modo de cameos, de actores consagrados. Al ya referido Firth se suman, entre los más reconocibles, Mark Strong, como el capitán Smith y Benedict Cumberbach, dando vida al coronel McKenzie, el destinatario final del mensaje.

Una vez que abandonan la trinchera, que dentro del peligro que les rodea, parece una zona de confort, se encontrarán con alambradas de espinos, artillería destrozada, caballos muertos y cadáveres de compañeros o enemigos esparcidos por doquier. Sobrevuelan aviones de ambos bandos, deberán enfrentarse a francotiradores y se encontrarán en una granja de la localidad bombardeada de Écoust-Saint-Mein con una mujer francesa -Claire Duburcq- y un bebé huérfano. Los obstáculos a superar les conducen por unas ruinas en las que todavía quedan soldados alemanes o un río con una peligrosa corriente.

La cámara les sigue de manera inexorable, adelantándolos o retrasándose según convenga, ya sea en la estrechez de las trincheras, en el campo abierto o en medio de los edificios en ruinas. Es un brillante ejercicio de planificación que deja con la boca abierta a los más cinéfilos y que, gracias al sentido del ritmo a la manera de contar la historia, satisface de igual modo al resto de los espectadores. Estamos inmersos en la parte más cruda de la contienda, durante la primavera de 1917, cuando los cerezos están en flor.

San Mendes nos deja secuencias que pueden figurar por derecho propio en la antología cinematográfica de la década. Imágenes crudas, rodadas con una técnica brutal y un sentido de la estética admirable. Su relato está por encima de American Beauty en lo que se refiere a la parte artística y sobresale sobre Camino ala perdición por el dramatismo y la narrativa. Se acompaña, además, de una interpretación que no desmerece al conjunto y una partitura de Thomas Newman que por momentos es vibrante y hasta espectacular. Se podría discutir, no obstante, la utilización de ciertos pasajes en determinadas secuencias y no en otras, que parecerían más receptivas.

El largometraje muestra un envoltorio maravilloso y una técnica envidiable. Es su interior lo que más se resiente. Hay emotividad y sus encuadres son tan vibrantes como perturbadores. Les falta contenido a sus personajes. Solo en un determinado momento, Schofield dice que no quiere volver a casa porque teme encontrarse con su familia y tener que despedirse para regresar al frente y, tal vez, no volver jamás. Prima sobre todo la aventura descarnada. Como si en la guerra no se pudiera pensar y únicamente cumplir órdenes e intentar sobrevivir a toda costa. Así lo demuestran los personajes centrales y los militares que rellenan cada plano.

La puesta en escena, tan vigorosa como visualmente impactante deja tres momentos que destacan por encima del resto: el recorrido inicial por la trinchera, el pasaje del río y la carrera de Schofield mientras la primera línea de combate sale al asalto en la parte final. La habilidad del director, refrendada en la sala de montaje, es de matrícula de honor. Hay que estar muy atento a los posibles cortes de los planos secuencias. Se aprovechan barridos de cámaras, zonas más oscuras o incluso árboles para dar continuidad a un plano que parece eterno.

La suite nupcial – Látex por hombres

Fidel es un hombre corriente que decide subirse al que supone último tren. Prevé una aventura con una compañera bastante más joven con quien espera pasar un fin de semana de pasión en la suite nupcial de un hotel toledano. Su esposa también tenía planes para ese fin de semana en el mismo lugar.

¿Por qué los hombres maduros anhelan aventuras con mujeres más jóvenes? Se lo planteaban Cher y Olympia Dukakis en Hechizo de luna y ahora asistimos a una nueva versión de una temática clásica en versión de Carlos Iglesias, que escribe, dirige y protagoniza esta aventura de un hombre casado que está dispuesto a vivir un fin de semana de pasión con una compañera de trabajo mucho más joven que él en la suite nupcial de un exclusivo hotel de Toledo.

Si en la película de Norman Jewison se planteaba que los hombres maduros engañan a sus mujeres para sentirse más jóvenes, en el caso de Fidel, el clásico trabajador serio y respetado, es su primer desliz. Se atreve a llegar hasta sus últimas consecuencias porque considera que Marisa -Ana Arias- es su último tren. Tiene sus recelos y le asaltan inmensas dudas. No es un ardiente deseo sexual ni las pasiones más primitivas lo que le impulsa, sino más bien esa necesidad un tanto narcisista que todos tenemos de ser valorados.

Con lo que no contaba el protagonista es con la aparición en escena de Mario -Jose Mota- junto a su último ligue, una brasileña llamada Irasema -Crisaide Mendes Jones-, ni con una gobernanta llamada Elvira -Eloísa Vargas- que se siente sola después de que su amante se haya ido a Venecia el fin de semana con otra, ni siquiera con la madre de sus hijos. Mario es un ligón, habitual del establecimiento, en el que también gozó de su correspondiente escapada con Marisa, al tiempo que la empleada del hotel muestra diferentes emociones, pasando de la envidia sana a la comprensión y hasta llegar al desprecio.

Mientras la acción aborda las dudas de Fidel y la resignación de Elvira aparece en l mismo escenario Elisa -Ana Fernández-, la esposa del personaje central, quien también tenía planes ese fin de semana en el mismo lugar de Toledo pensando que su marido tenía que hacer frente a un viaje de trabajo que le conduciría hasta París. Es una mujer hastiada de los hombres en cuanto a su posible recompensa sexual y prefiere los juguetes de látex al igual que otras féminas que se han dado cita en una especie de convención misógina.

La propuesta se convierte en una comedia de enredo con cameos importantes, como el de Santiago Segura, que únicamente tiene una frase al comienzo del filme. La parte más agradecida se la lleva su responsable, con un papel que le va con sus características de actor. Se mueve con especial acierto incorporando a personas sensibles a las que nunca les salen las cosas como las había planeado. Ana Fernández y Eloísa Vargas luchan por dignificar unos roles bastante elementales, al tiempo que Jose Mota, muy alejado de sus registros habituales, parece perdido con el personaje que le ha tocado representar.

Carlos Iglesias nos sorprendió a todos en 2006 con Un franco, catorce pesetas, que se alzó con la Biznaga de Oro en Málaga y fue recompensado con el Goya al mejor director novel. Desde entonces, su trabajo detrás de las cámaras no ha remontado el vuelo. Tampoco lo consigue con esta producción, más propia de una representación teatral que se un largometraje. La mayor parte de la acción transcurre en la suite nupcial, de cien metros cuadrados a ochocientos euros la noche, incluido desayuno. Cuando las cámaras visitan otras dependencias del hotel se nota que todo es forzado, recurriendo a juegos malabares con un montaje que tampoco consigue brillar a causa de una planificación que no parece la idónea. Ni siquiera con unos personajes colaterales, como las niñas que parecen extraídas de El resplandor, cuyo interés va de más a menos.

Hay algunas ideas brillantes a lo largo de la proyección. Incluso, situaciones cómicas provenientes del vodevil que pueden inducir a la sonrisa, pero se ahogan en una propuesta nada generosa con sus personajes. Cada vez que parece profundizar en un aspecto interesante da un vuelco y regresa a lo superficial, a la primera hilera de árboles de un bosque con mayor contenido que el está dispuesto a mostrar. Véase la razón última de la aventura, el recelo a la actividad sexual o la sustitución de la carne humana por penes de látex. Lucen ciertos aspectos de la ciudad de Toledo, quizás para justificar la correspondiente subvención, pero la película nunca llega a provocar las emociones necesarias para despertar un mayor interés.

Los consejos de Alice – La política y la estupidez estúpida

El alcalde de Lyon, un firme baluarte de su partido, se ha quedado sin ideas después de treinta años en política. Su esperanza la deposita en una recién contratada en la alcaldía, una muchacha joven, experta en filosofía, que debe de abastecerle de las iniciativas que el regidor no encuentra.

El séptimo arte vuelve a indagar en la política, y lo hace teniendo como referencia a un experto alcalde, que lleva treinta años como miembro activo del Partido Socialista y que emerge como un valor al alza para que recupere un partido maltrecho en los últimos años. Junto a él, su mano derecha, su confidente, la persona que debe de ejercer como su alter ego a la hora de encontrar soluciones. Nos encontramos en Lyon, ciudad que está a punto de cumplir sus 2500 años de historia y para la que se planifica un ambicioso proyecto que tienda a hermanas lo clásico con lo actual.

Nicolas Parisier vuelve a adentrarse en los entresijos de la política en su tercer filme, al igual que había hecho en los anteriores. Preocupado por la situación de la izquierda en Francia, apunta soluciones de la mano de sus protagonistas. Para que su propuesta se desmarque de otras similares vistas con anterioridad entrega los ejes de su argumento a dos personas solitarias. El alcalde Paul Théraneau -Fabrice Luchini- está divorciado y no parece tener amigos o personas en quien confiar más allá del respeto sumiso de sus colaboradores más íntimos, encabezados por su jefa de gabinete, Isabelle Leinsdorf -Léonie Simaga-.

Encuentra una válvula de escape en Alice Heimann -Anaïs Demoustier-, una joven que ha dejado de dar clase en Oxford por incorporarse al equipo de la alcaldía para llevarse la sorpresa de que su puesto ha sido eliminado. A cambio, se ha creado otro específicamente para ella. Debe proveer de ideas al alcalde y mantenerse en la sombra. También es un alma retraída para con los demás. A su mejor amigo, Gauthier -Alexandre Steiger- hace años que no le ve y ahora está casado con Delphine -Maud Wyler-, que necesita tratamiento psiquiátrico. Ocasionalmente, encuentra lugar para una aventura, como en el caso de Daniel -Antoine Reinartz-.

El detalle que forma parte de la personalidad de los dos caracteres personales no es la única referencia selectiva. El autor lleva a cabo toda una declaración de intenciones y pone en boca del alcalde o de su brazo derecho las líneas argumentales que, según él, harían un mundo mejor y lograrían reunificar a la izquierda gala para devolverle al primer puesto en las encuestas. Ese aspecto desemboca en una primera parte con demasiado diálogo, con muchas ideas y escasos momentos de respiro. Todo está tan recargado como los salones de la alcaldía por los que pasa Alice hasta llegar a su despacho. Inmensos, decorados con frescos y objetos de valor incalculable.

Después del mitin, que en la cámara de Parisier tiene un recorrido desigual, se llega a momentos más pausados antes de la vorágine definitiva. Es entonces cuando el responsable de esta producción da una de cal y otra de arena, especialmente cuando pone en boca de su protagonista femenina una sentencia concluyente: Creo que la política me está volviendo estúpida. Mientras sigue adelante en su idea de recomponer el Partido Socialista, puede establecerse una metáfora con las palabras de Gauthier después de que se confirme que su esposa debe ser internada de nuevo. No sé si la verdad le vuelve loca o es su locura la que le lleva a la verdad.

La película se centra fundamentalmente en los dos principales papales. Todo gira sobre ellos y existe una especie de vasos comunicantes entre sus quehaceres y su actuación política. En este segundo caso se ofrece todo masticado, con tanta celeridad como absolutamente cuajado. No sucede lo mismo con los personajes, que muestran líneas difuminadas y que, en ocasiones, no parecen justificar sus puestos a o sus acciones con determinados actos. El alcalde sigue teniendo ideas, aunque no sean tan abundantes como años atrás, mientras que Alice sube demasiado rápido en el organigrama del ayuntamiento.

De la misma forma, hay roles a los que se recurre para apuntalar la historia y se dejan prácticamente en el vacío o se les concede algún conocimiento por encima de sus posibilidades, como sucede con Melinda -Nora Hamzawi-, la amiga de la consejera del regidor. En todo caso, como colofón, Parisier intenta reaccionar para reforzar las tesis de los desencantados de la política. Incluso llega a admitir en su diálogo que la gente de la calle ya no confía en ella. De esta manera completa una visión que puede contentar a cualquier segmento del espectro político. Demasiado elocuente en ocasiones, su dialéctica está por encima del conjunto.

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