En un clima de manifestación autorizada, con Mou erigido en comandante en jefe por aclamación popular, el Madrid cumplió con la sana costumbre de conquistar su trofeo, aunque faltase contundencia en el marcador. Sobre todo recordando el Gamper. Y es que en esta guerra mundial, casi planetaria, se mide hasta la intensidad de los puñetazos en la mesa. Gustó Coentrao, no se sacaron brillo Varane ni Callejón y no llegó a tiempo a Sahin, jugador con encanto. Tampoco jugó Casillas, hombre de paz, casi de Nobel, aunque Mou aclarase que lo uno no tuvo que ver con lo otro.
El Galatasaray no se embobó en las pancartas ni en el alboroto del amaño de partidos que se reactivó en Turquía. Vino a probar si su reconstrucción está a punto en un escenario de máxima exigencia y se sintió reconfortado en su arranque y no tanto en su fi nal. Presumió de fútbol elaborado y sin atajos. También de buen ojo en los fichajes: Melo fue el coronel del partido a ratos, Eboué pellizcó en los flancos, Ujfalusi resultó hiperactivo.
Al equipo de Mou le costó asimilar que había vida tras el plebiscito y pagó su frialdad en el inicio. También su inferioridad en el centro del campo, en el que Coentrao y Xabi Alonso parecieron poco dique para someter al quinteto turco. Y sufrió ante un Galatasaray que le dio carácter oficial al partido hasta que Sergio Ramos empató de cabezazo imperial veinte minutos después de quedar desairado ante un quiebro de Eboué que Inan aprovechó para hacer el 0-1. Se hizo perdonar con aquel vuelo sin motor. Los fichajes. El partido tenía la pretensión de mostrarle al Bernabéu lo que valen Varane, Callejón y Coentrao, fichajes de autor con más futuro que pasado, símbolos de una nueva política.
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