Un viaje redondo, un éxito sin paliativos el de Benedicto XVI y del cardenal Rouco en la JMJ de Madrid 2011. Lo asegura el propio Rey de España, que lo califica de "éxito con repercusión mundial", y lo reconoce el propio Pontífice. En privado y en público: "Dejo España contento y agradecido", porque "esta fiesta nos permite mirar hacia adelante con confianza en la Iglesia". Un éxito sin precedentes, porque ganan todos con la JMJ. El Gobierno, la oposición, el país y, sobre todo, la Iglesia. Especialmente la Iglesia española, tan necesitada de una inyección de autoestima y de un subidón de adrenalina y de orgullo creyente.
El Gobierno ha demostrado cintura y ha ofrecido una colaboración total y, a cambio, ha conseguido que el Papa no arremetiese públicamente contra sus políticas. La oposición le devuelve los favores prestados al cardenal de Madrid, el gran hacedor de las Jornadas. Y la marca España se consolida en el extranjero, publicitando a tope Madrid, El Escorial y la Semana Santa. Negocio, cultura y fe. Y a coste casi cero. Son muchos más los beneficios que los gastos. Sin contar con la ingente proyección de la imagen de España ante 600 millones de espectadores en el mundo.